viernes, 13 de abril de 2018

Cantata con desaparecido al fondo. El arte en el Posconflicto

Tal vez la ultima forma que uno podría buscar para enterarse de violencia o desaparecidos en Colombia es la poesía. Siempre se va a ella por otras circunstancias; si estamos alegres y queremos sentirnos más vivos; o tristes y melancólicos para levantarnos el ánimo. 

En Cantata con desaparecido al fondo, Federico H. Taborda Cardona nos trae la desaparición forzada de su hermano Wilson Mario. No cuenta como  fue porque después de más de 30 años aun no lo sabe. Una serie de poemas referentes al sufrimiento por la larga espera que no termina.

¿Contar el sufrimiento de miles de familias en Colombia en un poema? ¿Lograr que miles de familias se identifiquen y sientan su espera en la lirica?  

La poesía es la notaria de la historia, Cantata con desaparecido al fondo notifica y da fe de un suceso real: Fue en Doradal donde detuvieron a los muchachos,  en la vía que va desde Medellín a Bogotá. Fue allí donde desapareció Wilson Mario. 

Estos poemas no solo tratan de recoger un sentimiento, rabias o conjurar unos fantasmas del desaparecido. Se trata de hacer un cuestionamiento sobre ese fenómeno, hacerse todas las preguntas posibles y traer desde la lirica unos fuertes y desgarradores dolores que ha traído la violencia. Unos dolores personales, familiares y colectivos venidos de una táctica tan macabra como es el desaparecimiento forzado. Lirica que no solo va dando cuenta de los dolores del poeta, de la espera eterna, sino va dando cuenta de un asunto político más profundo y como a la política hay que direccionarla a través del arte. Afirma el poeta Federico que en Colombia después de todos estos años de guerra tendrá que dejarse venir una cascada maravillosa de creaciones estéticas que van a dar cuenta de esto. Muchos autores van a querer contar desde su óptica todos  estos dolores, cada uno va querer aportar una estética distinta a nuestra violenta historia. Podríamos entrar en el arte del posconflicto que debe servir para reconstruirnos como sociedad. 

El poema está escrito a varios ritmos y a varias voces internas ya que el poeta todos los días no está con la misma tonalidad de espíritu; puede estar triste un día, otro alegre, melancólico, denunciante. La vivencia tiene muchos ritmos y así mismo va escribiendo. Una cantata es una pieza musical que tiene varios tiempos, este poemario no es de un solo trazo o de un solo tono, es distinto.
Para enterarnos o informarnos sobre nuestra historia violenta hay muchas otras maneras. No solo están las formas cotidianas como nos documentamos. El arte del posconflicto nos va a traer formas poco ortodoxas, poco comunes, lo que ha sido prensa roja puede convertirse en otros tonos, otros colores: la poesía. 

La poesía también va a dar cuenta de lo sucedido con su leguaje eterno: la lirica. Nos salimos de los argumentos, de las narraciones, de exposiciones racionales; encaramos la realidad con una nueva forma poética. 

Al degustar el libro nos enteramos de los dolores que puede dejar un delito que no tiene tiempo, que no tiene espacio porque no tenemos un cuerpo para enterrar ni momento para determinarlo ya que se sucede y se sucede en el tiempo. Además,  nos damos cuenta de lo que se vive al interior de muchas familias colombianas. Aunque la poesía es emoción también nos puede traer componentes altamente políticos y hasta donde puede la palabra recoger todo ese sentir. 

Wilson Mario desapareció en noviembre de 1987 cuando viajaba de Medellín hacia Bogotá. Fue detenido por el grupo paramilitar que en esa época comandaba Ramón Isaza. Era escolta y conductor de Bernardo Jaramillo Ossa.  Los estaban esperando, los detuvieron, torturaron y los echaron al rio Magdalena. Sus padres murieron esperando su regreso: vivo para disfrutarlo o muerto para enterrarlo. Para Colombia fue una víctima más de los miles que murieron en esta guerra absurda contra el partido político La Unión Patriótica. 

“Wilson, Wilson Mario, hermano
¿Sigues ahí?”

El alma colombiana que es más grande que la polarización política va a demostrar en el posconflicto que tiene mucho como rehacerse. El alma colombiana es aún muy noble, tenemos mucho de la nobleza de nuestros indígenas, la pureza que los caracteriza la heredamos directamente. No existe ni un colombiano que viva en un pueblo miserable que lo grite a los cuatro vientos. Siempre hablamos de la hermosura de nuestro pueblo. Los colombianos prácticamente no investigamos, no hemos enviado a nadie a la luna, no hemos inventado nada, no tenemos una industria de punta; pero eso no nos importa, somos los más felices del planeta y con eso nos basta. Vivimos del paisaje. Pero lo que sí es claro es que sin esta guerra absurda y esa manada de vividores y perezosos de los grupos alzados en armas, Colombia sería otra cosa.   

Y para concluir, deseo que sepan que el poeta ya perdonó. Ahora vamos a disfrutarlo. 


Federico Taborda un poeta nacido en Betania Antioquia, con una licenciatura en ciencias sociales, abogado, especialista en Derecho Administrativo con Máster en cuestión ambiental, actualmente es docente en la Corporación Universitaria Americana en la ciudad de Medellín.  

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