domingo, 8 de mayo de 2016

Empecemos por perdonarnos

En cierta ocasión, buscando en que entretenerme me senté a esculcar entre los libros de mi hijo, -Un jovencito de once años- que ya le está picando las ganas de disfrutar de la lectura.
Me encontré entre sus libros uno que hace años le regaló su madre, es grande, de pasta dura, portada llamativa de hermosos colores, además es ilustrado: El libro de los valores, un tesoro para la vida.
Deseo compartirles un hermoso cuento africano, es anónimo, pero muy bello. Cuando lo leí sentí que en la realidad de Colombia nos está pasando muchas veces lo mismo que le sucede a sus protagonistas. Disfrútenlo, pero también reflexionemos.
La rana y serpiente:
Un bebé rana saltaba por el campo, feliz de haber dejado de ser renacuajo, cuando se encontró con un ser muy raro que se arrastraba por el piso. Al principio se asustó mucho, pues jamás en su corta vida terrestre había visto un gusano tan largo y tan gordo. Además, el ruido que hacía al meter y sacar la lengua de su boca era como para ponerle la piel de gallina a cualquier rana. Se trataba en verdad de un bicho raro, pero tenía,  eso sí, los colores más hermosos que el bebé rana había visto jamás. Este vistoso colorido alegró inmensamente al bebé rana y le hizo abandonar de un momento a otro sus temores. Fue así como se acercó y le habló,
-¡Hola! -dijo el bebé rana, con el tono de voz más natural y selvático que encontró-. ¿Quien eres tu? ¿Qué haces arrastrándote por el piso?
-Soy un bebé serpiente- -contestó el ser, con una voz llena de silbidos, como si el aire se le escapara sin control por entre los dientes-. Las serpientes caminamos así.
-¿Quieres que te enseñe?-
-¡Sí, Sí!  -Exclamó el bebé rana, impulsándose hacia arriba con sus dos larguísimas patas traseras, en señal de alegría.
El bebé serpiente le dio entonces unas cuantas clases del secreto arte de arrastrarse por el piso, en el que ninguna rana se había aventurado hasta entonces. Luego de un par de horas de intentos fallidos, en los que el bebé rana trago tierra por montones y terminó con la cabeza clavada en el suelo y sus largas patas agitándose en el aire, pudo por fin avanzar algunos metros, aunque de forma bastante cómica.
-Ahora yo quiero enseñarte a saltar. -¿Te gustaría? -le preguntó el bebé rana a su nuevo amigo.
- ¡Encantado! -Repuso el bebé serpiente, haciendo remolinos en el suelo, de la emoción.
Y el bebé rana le enseñó entonces al bebé serpiente el difícil arte de caminar saltando, en el que ninguna serpiente se había se había aventurado hasta entonces. Para el bebé serpiente fue tan difícil aprender a saltar como para el bebé rana aprender a arrastrarse por el piso. Fueron precisas más de dos horas para que el bebé serpiente pudiera despegar del suelo por completo su larguísimo cuerpo. Al fin lo logró, pero se veía tan gracioso cuando se elevaba, y chapoteaba tan fuertemente entre el barro después de casa salto, que los dos amigos no podían menos que reírse a carcajadas.
Así pasaron toda la mañana, divirtiéndose como enanos y burlándose amistosamente el uno del otro. Y hubieran seguido todo el día si sus respectivos estómagos no hubieran empezado a crujir, recordándoles que era hora de comer.
-¡Nos vemos mañana a la misma hora! -dijeron al despedirse.
-¡Hola mamá, mira lo que aprendí a hacer! -Gritó el bebé rana al entrar a su casa. Y de inmediato se puso a arrastrarse por el piso, orgulloso de lo que había aprendido.
-¿Quien te enseñó a hacer eso?
-grito la mama rana furiosa, tan furiosa que el bebé rana quedó paralizado del susto.
-Un bebé serpiente de colores que conocí esta mañana -contestó atemorizado el bebé rana.
-¿No sabes que la familia serpiente y la familia rana somos enemigas? -siguió tronando mamá rana-. Te prohíbo terminantemente que vuelvas a ver ese bebé serpiente.
-¿Por que?
-porque las serpientes no nos gustan, y punto. Son venenosas y malvadas. Además, nos tienen odio.
-pero si el bebé serpiente no me odia. Él es mi amigo -replicó el bebé rana con lágrimas en los ojos.
-No sabes lo que dices. Y deja ya de quejarte, ¿esta bien?
El bebé rana no probó no una sola de las deliciosas moscas que su mamá le tenía para el almuerzo. Se le había quitado el hambre y no entendía el por que. -Lo que pasaba era que estaba triste y no lo sabia-
Cuando el bebé serpiente llegó a su casa, le ocurrió algo similar.
-¿Quien te enseñó a saltar de esa manera tan ridícula? -le preguntó su mamá, parándose en la cola de la rabia.
-Un bebé rana graciosísimo que conocí esta mañana.
-¡Las ranas y las serpientes no pueden andar juntas! ¡Qué vergüenza! ¡La próxima vez que te encuentres con ese bebé rana, mátalo y cómetelo!
-¿Por qué? -Pregunto el bebé serpiente, aterrado.
-Porque las serpientes siempre han matado y se han comido a las ranas. Así ha sido y tiene que seguir siendo siempre.
Ni falta hace decir como se sintió el bebé serpiente de sólo imaginarse matando a su amigo y luego comiéndoselo como si nada.
Al día siguiente, a la hora de la cita, el bebé rana y el bebé serpiente no se saludaron. Se mantuvieron alejados el uno del otro, mirándose con desconfianza y recelo, aunque con una profunda tristeza en el corazón. Y así ha seguido siendo desde entonces.
Decía Albert Einstein en su sabiduría: es más fácil desintegrar un átomo que un prejuicio.
Y Benjamin Franklin: lo mejor que le puedes dar a un enemigo es el perdón.

No hay comentarios:

Publicar un comentario